Algunas experiencias quedan grabadas en el corazón, como un eco constante de la naturaleza llamándonos de vuelta. Este fin de semana de pesca en el río Diguillín fue uno de esos momentos. Por fin me reuní con amigos con los que no nos veíamos en persona desde hace muchísimo tiempo, y es más, a tres de ellos solo los conocía a través de redes sociales, sin jamás habernos encontrado en persona. A pesar de eso, la conexión fue inmediata, como si nuestros caminos hubieran estado entrelazados desde siempre.

La cita fue en el río Diguillín, en Chile, un lugar que combina la fuerza y la serenidad del agua con paisajes que parecen salidos de un cuento. Fueron dos jornadas en las que la naturaleza, la amistad y nuestra pasión compartida se fundieron en una experiencia inolvidable.

Primer Día: Un Paisaje que Enamora
El primer día el calor era intenso, pero la belleza del lugar superó cualquier incomodidad. Subimos bastante por el río buscando un lugar propicio para poder entrar a sus aguas. Cada rincón explorado revelaba algo nuevo: el río serpenteaba entre estructuras naturales que invitaban a las truchas a esconderse, rodeado de una vegetación vibrante y montañas majestuosas.

Finalmente dimos con un lugar, y luego de preparar nuestros equipos y una linda caminata sobre un campo con aroma a recuerdos ancestrales, llegamos a un espejo de agua difícil de describir.

Al entrar al agua, la magia comenzó. Las truchas nos recibieron con esa fuerza que solo ellas tienen, y nuestras ninfas, preparadas con esmero, se convirtieron en la clave para conquistarlas. Cada captura era celebrada con risas y exclamaciones. En ese momento, no había nada más importante que disfrutar al máximo cada instante.


La Magia de las Moscas Secas
Después de una mañana emocionante, nos detuvimos para hacer un asado. El aroma de la carne al fuego mezclado con el aire puro del río creó el escenario perfecto para un almuerzo inolvidable. Con el estómago lleno y los ánimos renovados, volvimos al agua por la tarde. Esta vez, las moscas secas fueron nuestras aliadas. Aprovechamos las eclosiones para tentar a las truchas con pequeñas efémeras, y la emoción de verlas emerger para tomar nuestras imitaciones fue indescriptible.


La noche trajo consigo historias, anécdotas y risas. Entre brebajes y conversaciones, el vínculo entre nosotros se fortaleció. Como si fuera poco, una visita inesperada se unió a nuestra velada, haciendo que ese momento fuera aún más especial.

Segundo Día: Cierre y sorpresas
El día siguiente marcaba el regreso a casa, pero no podíamos despedirnos del río sin una última sesión de pesca. Esta vez, las ninfas volvieron a ser protagonistas. Las condiciones eran ideales, con una brisa un poco más que suave que mitigaba el calor.

La pesca estuvo fenomenal, y logré mi trucha más hermosa de la salida: una fario dorada como el oro, con lunares negros que parecían pintados a mano. Su lucha fue intensa, pero finalmente pude admirarla en todo su esplendor y capturar ese momento en una fotografía.

La mosca de la jornada fue la Calabaza (Puedes ver su secuencia de atado aquí), una elección perfecta que no solo me regaló esa preciosa fario, sino también otras truchas inolvidables.

Reflexiones Finales
El río Diguillín no solo me regaló paisajes y capturas; también me recordó por qué amo la pesca con mosca. Este deporte no es solo técnica o destreza; es un camino que nos conecta con lo esencial, con la naturaleza y con personas maravillosas que comparten nuestra pasión.
Gracias amigos míos por regalarme un fin de semana tan especial!!!

Mientras el eco del río permanece en mi memoria, ya sueño con la próxima aventura.
Si también tienes recuerdos o experiencias que quieras compartir, ¡me encantaría leerlos en los comentarios! ¡Hasta la próxima y buena pesca!
Toto!